martes, 3 de noviembre de 2009

Reflexiones

Estas líneas solo quieren ser una reflexión personal, un desahogo donde verter la desesperanza que me invade y el pesimismo que me domina en relación con el futuro político y social de nuestra sociedad, de nuestro país y de nuestro pueblo. Que nadie vea aquí una venganza o una pataleta, no es mi intención criticar ni censurar a nadie con el contenido de estas líneas, espero que nadie se sienta personalmente aludido.

Tengo los suficientes años, la suficiente experiencia y la suficiente memoria como para recordar lo que significaba “ser de izquierdas” al comienzo de la transición política española, allá por los finales de los años 70 del siglo pasado. En aquella época la sociedad estaba muy ideologizada, y había un amplio abanico de partidos políticos que representaban todo el espectro ideológico posible. Y todos estos partidos tenían mucha actividad, organizaban actos, conferencias, concentraciones, manifestaciones,….. Por supuesto había bastantes más partidos de izquierda que de derecha, además eran más activos, por tanto en la sociedad se percibía mucha actividad política, sobre todo de izquierdas. Los partidos de esta tendencia tenían una gran capacidad de movilización y los ciudadanos, particularmente los más jóvenes, participaban activamente en los actos, mítines, fiestas y demás eventos organizados por aquellos. Había ilusión, esperanza de cambio, creíamos que una sociedad más justa era posible, nos implicábamos y luchábamos para conseguir una sociedad más abierta, más igualitaria, más democrática. Y cada uno lo hacía desde su propia posición política, pero de una forma activa, participando e implicándonos, asumiendo un compromiso personal y siendo fiel a nuestros ideales. En general, éramos bastante coherentes con nuestra ideología y nos comportábamos bastante de acuerdo con ella.

Analicemos ahora qué significa ser de izquierdas hoy. Al contrario que en la transición, hay poca diferencia entre el comportamiento de los jóvenes y el de los adultos, que éramos jóvenes en la transición. Nos declaramos de izquierdas y votamos a partidos de izquierdas, pero, generalmente, no nos implicamos personalmente en los proyectos de avance social. Somos de izquierdas, si, pero desde la barrera, no bajamos al tajo del progreso, nos quedamos dando ánimos sin implicarnos en la labor. Creemos que el progreso social es algo bueno, pero que se esfuercen otros, yo bastante tengo con mis problemas personales. Mis cuestiones personales están por encima de los grandes temas colectivos, que sí, son importantes, pero no son estrictamente mis problemas. En la transición las grandes cuestiones, la libertad, la justicia social, la igualdad,….., eran cosa nuestra, pero también lo eran las pequeñas, nos implicábamos en todas ellas como si fueran temas personales nuestros; ahora no, ahora nos importan, si, pero como algo mucho más lejano, mucho menos concreto.

Todos, al menos la mayoría, nos hemos distanciado de la actividad política, no es nuestra misión, no es nuestro trabajo, que lo hagan otros, nosotros apoyamos desde fuera, pero… dejamos que sean otros los que se esfuercen. Algunos participan en la actividad política pero… bueno, es que a ellos les gusta. Nosotros opinamos, damos palmaditas en la espalda, animamos, pero…., que lo hagan ellos, yo no puedo. Mi trabajo, mis obligaciones, mi familia, mi deporte, mis aficiones, …., no me dejan tiempo para dedicarlo a la política, tu ya sabes que estoy de acuerdo contigo, tienes mi apoyo moral, tienes mi respaldo, pero… estar a tu lado me resulta imposible ¿Cuántas veces hemos oído o, peor aún, hemos dicho estas frases?

Es cierto que todos tenemos razones personales para alejarnos de la política, cada uno la suyas. Una de ellas, muy común, es la desilusión que hemos experimentado cuando algún político en el que hemos confiado nos ha defraudado. Es cierto, somos muy estrictos y exigimos que, aquel en quien confiamos, sea perfecto, que no se equivoque y por supuesto que sea honesto. Todos hemos experimentado esa desazón que se produce cuando te enteras que alguien de tu ideología ha metido la mano en el cajón o que alguien ha metido la pata en algún asunto importante. En esos momentos no nos paramos a pensar que los políticos también son humanos, con sus grandezas y sus miserias, sus aciertos y sus fallos; en esos momentos pensamos que la actividad política genera estas cosas y que, puesto que nosotros no somos así, mejor alejarnos de ella. Y es bastante lógico, diríamos que hasta normal, pero, de eso se aprovecha la derecha, incluso lo provoca, por eso ellos siempre tienen una gran cantidad de prensa, radios y televisiones “desmotivando” a los electores y militantes de izquierda, insistiendo de forma continua en mentiras y medias verdades. En cambio ellos no se desmotivan por nada, los puedes pillar “in fraganti”, metiendo la mano en el cajón, que da igual, en las próximas elecciones más votos y más movilizados.

Nos han quitado la iniciativa. Este país ha avanzado y progresado fundamentalmente por el ímpetu y el coraje de los hombres y mujeres de izquierda. La derecha siempre ha ido a remolque, intentando lastrar, cuando no directamente evitar, el progreso de nuestra sociedad, los avances de libertades cívicas y las conquistas sociales. Estamos viendo, desde hace unos años que, a cada avance que propone el gobierno de Zapatero, la resistencia de la derecha es mayor. Cada vez son capaces de reunir más gente en la calle en contra de las propuestas del Gobierno. Tanto la Iglesia como la derecha más reaccionaria se han apoderado de la calle intentando frenar las iniciativas de progreso y mientras tanto, nosotros estamos en nuestras casitas, tranquilos, cómodos. Incluso manifestamos nuestra discrepancia con una, cualquiera, actuación del Gobierno, porque no es muy progresista o porque lo es demasiado.

Así pues, todo contribuye a desmovilizarnos.- Si hay corrupción nos desmovilizamos, si no estamos de acuerdo con alguien en particular nos desmovilizamos, si hay que esforzarse mucho nos desmovilizamos, si nos sentimos presionados nos desmovilizamos; al final, todo nos empuja a desmovilizarnos, nos quedamos en nuestra casa, no participamos en nada y luego nos quejamos de que la derecha esté haciendo las barbaridades que hace, o que la izquierda esté representada por personajes que no son dignos o no están cualificados. Pero, ¿Por qué no nos preguntamos qué responsabilidad tenemos todos y cada uno de nosotros en relación con la situación política actual de nuestro pueblo, o de nuestra Comunidad Autónoma o de España? ¿Qué pasaría si todos nos involucráramos en la medida de nuestras posibilidades, entregándonos de verdad y siendo fieles a nuestra ideología?

Sé que esto que acabo de plantear no es más que una utopía. Pero la condición de ser utópico es una característica de mi ideología de izquierdas a la que no estoy dispuesto a renunciar, aunque eso suponga vivir en conflicto con la realidad diaria.

José Perea

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